Puedo recordar mis errores con claridad. Es uno de aquellos lastres –creo yo- generado
gracias a los genes heredados por mis padres. Vamos que de nada sirve maldecir al
genotipo en estos casos. Sin embargo gracias a ello, puedo remembrarlos con claridad,
a veces demasiada.
El tipo de persona que te dice que siempre se aprende del
error muchas veces no tiene presente el peso que revivir una falla puede traer
para una persona, para una consciente. En este caso, alguien como yo.
Podría llenar hojas y hojas con mis errores, podría hacer
seminarios sobre ellos. Lo único malo es que muy probablemente nadie querría
escuchar, leer o tal vez tomar una “Ted-Talk” con mi experiencia pues me
llevaría mucho tiempo concluir una sola charla con todo aquello que va aunado a
cada uno de dichos menesteres.
Y llega un momento,
un fatídico si es que se tiene suerte, en que el error no te deja continuar. Se
interpone en tu camino cual mago gris encarándote en un estrecho puente de tu
vida sin darte más opciones que arrojarte con todo el peso de tus miedos
transmutados en forma de látigo llameante con tal de pasar del otro lado…o caer
hacia el más oscuro de los precipicios de una mina enana.
Uno de aquellos momentos me frenó
La verdad estaba ahí
tan clara que no me fue posible seguir engañándome:
Mi vida y lo que me hace feliz está unida directamente a los libros.
Mi vida y lo que me hace feliz está unida directamente a los libros.
Ser lector es mi pasión. Y como era de esperarse fui un
escritor “de closet” durante largo tiempo de mi vida. Un George Mcfly
cualquiera, uno de esos comunes y corrientes intentando buscar la determinación
necesaria para hallar una carrera que me “diera de comer” (pues siempre el
problema se presentará cuando el ángel de la muerte te atrape por falta de
alimento y no por enfermedad o por algún “microbusero” poco atento en viernes de
quincena si es que uno llega a equivocarse en la elección en estos peligrosos temas vocacionales).
Lo cierto fue, que cada uno tras otro de esos momentos de
fallo me habían llevado hasta ahí. Y todavía recuerdo mi caer en la oscuridad
de la más profunda desesperanza, larga y terrible…en un principio.
Con cada nueva duda que aparecía llenando mi ser con
incertidumbre cada día –sí, dije que la caída fue larga- deteniendo mi
pensamiento y mi actuar. No fue hasta estos momentos en que me percaté de que
lo único que me importaba era estar ahí. Caer no era tan malo después de todo.
Tuve que estar en medio de aquella caída libre en que para
percatarme de que en realidad yo no quería ir al otro lado de ese puente. En
realidad, lo que yo quería desde un principio era darle las gracias a aquel
mago, sonreír y lanzarme al vacío con un enorme suspiro, tal vez con suerte, al
terminar la caída mi cuerpo impactará con algo de agua. Y es mi deseo compartir
la única verdad que me ayudó al dejarme caer.
Equivocarse es lo
correcto. Es necesario.
¿Cómo es que llegue a esto? Pues les prometí una historia y
aquí la tienen:
Que cuente como antecedente práctico y detallado de cuál fue
el camino del protagonista de la historia para entrar un poco en contexto. Su
primer paso y error fue el enlistarse como aprendiz de hechicero blanco. Su
andar por la escuela de medicina le trajo más penas que glorias lo cual le
llevó a negar su naturaleza y continuar vagando por las peligrosas tierras de
este reino llamado México. –Negó los libros y su amor por ellos- De ahí pensó
que lo mejor sería optar por el andar de los mercenarios, comerciar con sus
habilidades en un reino que, aceptémoslo, está hecho para la “tranza” y el
engaño.
Con bríos renovados cometió su segundo gran error (deliberadamente
omitiré sus decisiones en el amor para no hacer esto una comedia trágica). Así
que se enlistó en la engañosa carrera de comercio internacional –nuevamente negó
los libros- disfrutando de una repentina disminución de dificultad.
Fue en este momento que las cosas empezaron a cambiar. Y
antes de que pudiera entenderlo el primero de los cambios que necesitaba
llegaron a él. En aquel lugar conoció a un bardo con pinta de asesino. Una de
aquellas personas que al igual que él había decidido engañarse por el honor
familiar, empero, sin poder ocultar su profundo amor por las palabras justo al
igual que nuestro héroe de poca monta.
Su primer maestro verdadero había llegado a su camino sin
siquiera haberlo imaginado a manera de aquellos rufianes con palabras de ángel
y rostro de maleante digno de ser detenido por los guardias reales al ser visto
deambular por las noches muy seguramente por mero “exceso de maldad”.
Se creó una hermandad, se elevaron promesas hacia los cielos
y se retó al destino con la certeza de que no habría otro camino más que aquel
más peligroso. El cual lo llevaría sin lugar a dudas a arrojarse de aquel
precipicio.
El tiempo pasó, el camino del mercenario comenzó a perder el
interés en el poder económico para nuestro protagonista y al momento en que su
maestro se perdió en su propio andar en dirección a las cálidas tierras del
este, se separaron eligiendo mantener su promesa.
Nuestro héroe decidió retar al destino, intentó escapar
hacia el norte hacia tierras extranjeras donde los meses pasaron y sus
habilidades como montarás de las costas donde mantenía finos corceles
(automóviles de lujo) al cuidado de un ojo atento –es decir trabajó en un
parking playero- lo mantuvieron vivo y sirvió como una preparación mental.
En aquel puro estado de auto-exilio pudo darse la
oportunidad, por fin, de acercarse por completo a los libros. La literatura lo
mantenía con vida, la literatura demandaba un tributo mayor. Sabía que tenía
que regresar, regresar a encarar el abismo. Y al hacerlo, descubrió aquello que
el destino le tenía preparado…
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